29 de Octubre de 2016
Al fin Cádiz. Al fin el mar.
Luego de una semana y media de pasear por Madrid y la calurosa Sevilla, llegué finalmente a Cádiz.
Cada ciudad que recorría hacía que me enamore más y más de Andalucía,¡ pero Cádiz! Cádiz, se llevaba todo.
Después de más de media hora de caminata, buscando mi hostel por esas callecitas que invitaban a perderse, al punto de sentir que uno sólo camina en círculos, ya me había fascinado estar en ese lugar. El día ayudaba. Serían las 11 de la mañana aproximadamente y no se veía ni una sola nube en el cielo. Buscando mi alojamiento, siempre de mano izquierda, aparecían pasillos que desembocaban en el horizonte marítimo y se podía oír el ruido de las olas rompiendo en las piedras de la costa.
Llegué a lo que parecía una casona antigua, toda recauchutada. Una estructura de algún tipo de piedra ya un poco carcomida por la sal. Una puerta verde gigante y un marco, que obligaba a levantar los pies para poder entrar sin caerse. Escaleras interminables, que desde donde mirabas por la baranda, para abajo o para arriba, no veías mas que otros miles de escaleras más. Paredes blancas con cuadros de barcos, puertos y playas, que daban una sensación de frescura inigualable. El lugar era tan acogedor en sí mismo, que era inevitable no sentirse como en casa. En el piso más alto, contemplé una hermosa terraza desde donde se podía ver gran parte del casco antiguo y el mar. Ese hermoso mar.
Con mapa en mano, bien de turista recién llegada, me fui a recorrer la ciudad siguiendo líneas de colores (*), hasta que finalmente llegué a la plaza San Juan de Dios. Se notaba desde el mediodía muchos preparativos. Como si se celebrara algo, por la cantidad de banderines de colores, stands de todo tipo, música bien alta y gente yendo de aquí para allá para organizar algún tipo de evento. Allí me enteré de que se trataba de la “Festina Lente”, un festival artístico que llega a diferentes ciudades portuarias en veleros. Arribaron a Cádiz el día anterior y esa noche era la primera del festival Un total de 30 personas (29 franceses y un español, nacido en Valencia) entre artistas de circo, bailarines, actores, escenógrafos, técnicos y marineros se embarcaron en mayo de ese año en cinco veleros que transportaban propuestas artísticas de todo tipo. Música, baile y teatro, daban el clima ideal para una tarde inolvidable cerquita del puerto Santa María.
Sin lugar a dudas, ya había planes para mí para hoy a la noche. Me parecía fascinante que toda esa gente llegara con veleras a mostrar su arte en cada lugarcito al que llegaban y se fueran. Como si llevaran la fiesta misma distribuida en 5 veleros. Ya eran las 8:30 hs de la noche, cuando llegué al festival. Había gente por doquier. Sentados en sillas, en el suelo y en las escalinatas de los monumentos. Dos hombres cantaban a dúo, en francés seguramente, y la gente no paraba de reírse y aplaudirlos. Era un gran espectáculo, pero tenía tanta hambre que no podía pensar más que en comida. Me decidí por un llamativo puestito pintado, con una bandera decorativa en verdes pasteles.
Quizás inconscientemente lo elegí porque era el único que no estaba lleno de gente, desesperada como yo, para saciar la misma necesidad.
Mi cara se transformó cuando el hombre que atendía el puesto se dio vuelta. Un francés hermoso, rubio, de al menos 30 años, con los ojos del azul más profundo que vi en mi vida. Creo que todo el océano se hallaba guardado ahí, en esos ojos. Barba desprolija y una sonrisa preciosa. Creo que fui muy evidente en la expresión de mi cara, porque él se quedó mirándome, con el ceño fruncido, como tratando de descifrar si me encontraba del todo bien. Recuerdo aún mi falta de respiración y mi mudez repentina. Traté de disimular como pude, pero ya era demasiado tarde.
No sé cuánto tiempo habrá pasado que quedé así, estupefacta. Finalmente fue él quien rompió todo ese incómodo silencio e inició la conversación. Para mí el mundo se había detenido en ese instante, aunque sé que fue al revés. Fui yo la que se detuvo por un momento, cuando el mundo no dejaba de dar mil vueltas por segundo.
Volví en mí. Pedí uno de esos crêpes franceses de espinacas con pollo («Un vrai régal ») y me fui.
Sentada frente a esa fuente de aguas de colores, en la plaza, no dejaba de pensar en lo que acababa de ocurrirme. Riéndome para mis adentros viviendo todo como si fuese una película, ya que hasta podía verme a mí en la escena, sentí una presencia detrás mío. Me tocaron el hombro. Era el francés.
Se presentó. Afortunadamente hablaba un español impecable. Me dijo que se llamaba Julien y que mi acento había evidenciado mi procedencia argentina.
-Tienes un país hermoso. Tuve la suerte de estar hace un año ahí. Soy biólogo y el año pasado conseguí una beca para hacer prácticas en Esteros del Iberá y en Puerto Iguazú.
Estaba tan emocionado con su relato y su experiencia en mi país, que pasada al menos una hora, después de escucharlo y reirme tanto con las anécdotas que contaba acerca de cómo somos los argentinos, no sabía si le había dicho ni siquiera mi nombre. Argentina era el centro de nuestra conversación y me encantaba que así lo fuera.
Me preguntó si podía esperarlo hasta que el festival terminase. No quedaba mucho tiempo para que eso ocurriera, por lo que acepté.
Pasamos toda la noche recorriendo las calles semi desiertas, charlando acerca de viajes, de cómo los dos habíamos llegado hacia ese lugar y lo hermoso que era España.
Me acompañó hasta la puerta de mi hostel, preguntando qué haría al día siguiente por la tarde.
-Después de ir a buscar a la novia de su adolescencia de mi abuelo, nada.
Me miró con cara de no entender si estaba haciendo un chiste o estaba hablando en serio.
-Es una historia larga, pero estimo que a las 5 de la tarde, ya estaré por acá de vuelta. No tengo planes después de esa hora.
-Si tenés ganas, podríamos encontrarnos en el castillo de San Sebastián a las 5.30 pm. Dicen que la puesta de sol, es algo obligado de ver a quien pisa estos lugares. Yo estaré ahi. Ojalá te vea.
Me dio un beso y se fue.
Continuara...
(*)“Cádiz tiene, en su casco antiguo, cuatro líneas de colores pintadas en el suelo que siguen un recorrido por los lugares más emblemáticos y característicos, y se les ocurrió la idea de hacer una similitud con las líneas de metro de las grandes ciudades con puntos clave interconectados desde donde se podría partir hacia una nueva ruta, en un nuevo recorrido turístico por la ciudad realizando compras, saboreando su gastronomía y disfrutando sus paisajes a través de un paseo al aire libre.” (https://www.babbla.es/portfolio/linea-turistica-cadiz)